#0 | Entre dos aguas
maneras de estar cerca
Me gusta ir en avión porque es de los pocos momentos en los que todavía puedo hacer cosas sin distracciones ni ruido exterior. La raíz etimológica de utopía, en griego, es ou (no) + topos (lugar), y aunque volar es una experiencia lejos de lo que hoy entendemos como utópica (poco espacio en los asientos, comida tirando a repugnante ¿chicken or pasta?, el bebé que llora siempre en el asiento de al lado) sí que siento que los aviones son, en cierto modo, no lugares. Mientras volamos los husos horarios se funden como por arte de magia, planeamos sobre aguas internacionales –o lo que es lo mismo, tierra de nadie- y, durante unas horas, nos podemos replantear el sentido de nuestra existencia. En los aviones no tenemos nada más a lo que atender, no tenemos wifi. Los vuelos largos son como lugares en peligro de extinción: en ellos aún podemos estar solos.
Maggie O’Farrell lo explica mejor en sus fantásticas memorias I Am, I Am, I Am (Sigo aquí en castellano, publicadas por Libros del Asteroide):
“Crossing time zones in this way can bring upon an unsettling, distorted clarity. It is the altitude, the unaccustomed inactivity, the physical confinement, the lack of sleep, or a collision of all four? Travelling at speed, thousands of feet above the ground, in the cabin of an aircraft, induces an altered state of mind. Things that may have been puzzling you perhaps come into focus, as if the lens of a camera has been twisted. You may find, sliding into your mind, answers to questions that have long eluded you. As you gaze out at the illusory landscape of altostratus mountains, you may catch yourself thinking: ah, of course, I hadn’t realised that before.”
Escribo estas líneas, las primeras, desde mi asiento en el avión transatlántico que me lleva a Nueva York, así que para cuando tenga wifi, habiendo aterrizado y de vuelta en el mundo normal, habrán quedado en cierto modo obsoletas. He pensado que los últimos momentos de no estar en Barcelona pero tampoco todavía en Nueva York eran una buena manera de empezar estas cartas.
(*) un libro. Hace bastantes años, casi diez, un amigo me recomendó un libro. Empaquetando los míos en cajas durante el último mes, ese título reapareció y me recordó a todas las veces que había pensado en leerlo y no lo había hecho, así que como la edición era de bolsillo y por lo tanto ligera, me lo llevé de vacaciones. El libro se llama El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, y de punto he utilizado una tarjeta censal de 2011, que cayó de entre sus páginas cuando lo empecé a leer. Acostumbro a subir muchas fotos de libros a Instagram, y ninguna ha tenido la cantidad de respuestas que recibí con este, de personas variadísimas diciéndome que era uno de sus libros preferidos.
Lo leí en dos días y lo terminé llorando a moco tendido. El olvido que seremos es muchas cosas – una crónica de la violencia colombiana, un intento de trascendencia de los recuerdos del autor – pero ante todo es una carta de amor bellísima, de Héctor Abad a su padre muerto, Héctor Abad. Dejo solo un fragmento:
“Sin haber leído un cuento ni mucho menos un libro mío, como él sabía mi secreto, a todo el mundo le decía que yo era escritor, aunque me daba rabia que diera por hecho lo que era solo un sueño. ¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo lo podría decir.”

(*) una imagen. Este frame de la película Frances Ha, de Noah Baumbach, una de mis preferidas, tan incrustada en un imaginario muy particular de la ciudad de Nueva York. El otro día busqué en Google la edad que tiene Frances en la película, y tiene 27 años, los mismos que cumpliré yo dentro de un mes. Inevitablemente me hizo ilusión.

Y de la película, esta frase: “I’m not messy, I’m busy”
Y esta escena, “it’s that thing”.
(*) ciudades y música. Gracias a una playlist estupenda de Silvana Bonfante de canciones con nombre de ciudad, descubrí la canción New York de Snow Patrol. Nueva York es una ciudad con nombre de canción, o la hemos visto, leído y escuchado tanto que parece que todas las canciones hablen de ella.
Me gusta mucho este texto de Vila-Matas sobre los viajes, que acostumbro a releer:

Creo que fue el 31 de diciembre de 2014, aterrizando en JFK para visitar a mi amiga Anna, con Welcome to New York de Taylor Swift sonando en mis auriculares, que empecé a soñar por primera vez con vivir aquí algún día. Aunque quizá fuera mucho antes, cuando decidí comprar los vuelos para ir a verla, o cuando en octubre de ese año mi amiga Marta me insistió con el álbum 1989.
Voy a apagar ya, que aterrizamos.
Gracias por leer.
Leti
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